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El tiempo en la Literatura.


El tiempo. Un concepto tan abstracto y a la vez tan aterrador. A algunos les da igual, a otros les persigue, unos lo pierden, otros lo disfrutan… Pero en la literatura, todos estos sentimientos pueden agruparse y convertirse en uno, pueden animarte o acobardarte, querer la vida, la muerte, o no saber qué elegir. Vamos a ver cómo estas maravillosas crisis existenciales se manifiestan a lo largo de la historia de la literatura, y cómo podemos relacionarlas con el arte del Barroco.

TEMPUS FUGIT Y UBI SUNT.

La fugacidad de la vida, o Tempus fugit, era el tema que más se desarrollaba, el cual consiste en expresar la sensación de que nuestra vida acaba demasiado rápido. Esto se relacionaba, a veces, con la certeza de que algo más maravilloso que la vida nos espera después de la muerte.

Píndaro (518-438 a.C).

En poco tiempo crece la felicidad

de los mortales, pero del mismo

modo se derrumba, sacudida por

abominable sentencia. ¡Seres

de un día! ¿Qué es cada uno? ¿Qué

no es? El hombre es el sueño de

una sombra. Mas cuando llega el

don divino de la gloria, se posa

sobre los hombres un luminoso

resplandor y una existencia grata.

Aquí podemos apreciar con facilidad el tópico Tempus fugit, ya que habla de como la felicidad, la cual se puede interpretar simplemente como la vida, llega tan rápido como se va. El hombre es el sueño de una sombra expresa que la vida de una persona es tan fugaz que no llega ni a ser material, ni siquiera una sombra, en una metáfora que más adelante veremos frecuentemente. Eso nos lleva a que, en literatura, se presentaba más importante el fin de la vida que la vida en sí. Se reflexionaba más sobre la muerte y qué podría haber más allá. Para algunos era el cielo, para otros el olvido.

Jorge Manrique (1440-1479).

Desde una mentalidad teocéntrica, era habitual este tópico para insistir en la inconsistencia de la vida terrenal, dándole más importancia a la vida espiritual, que estaba íntimamente ligada a la religión, como podemos ver en una de las famosas coplas de Jorge Manrique.

Este mundo es el camino

para el otro, que es morada

sin pesar;

mas cumple tener buen tino

para andar esta jornada sin errar.

Partimos cuando nacemos

andamos mientras vivimos,

y llegamos

al tiempo que fenecemos;

así que cuando morimos

descansamos.

Manrique veía la vida un sinsentido, simplemente una preparación para la vida espiritual, la importante, que venía después de la muerte. En este poema, nos presenta la vida como un camino, el cual nos lleva al siguiente, que es la muerte. Mas cumple tener buen tino se refiere a haber cumplir con los deberes morales en la vida terrenal, para conseguir ir al Paraíso. Cuando llegamos al final del camino y morimos, descansamos porque gozamos de la vida plena, la del alma.

Shakespeare (1564-1616).

En el teatro también encontrarnos el tema del tiempo, un buen ejemplo lo tenemos en Hamlet, escrita por William Shakespeare. En concreto, en el acto 5, escenas 1, 2 y 3, encontramos desarrollado ampliamente el tópico del Ubi Sunt, con el que nos preguntamos dónde quedaron aquellos que han dejado este mundo antes que nosotros. En un cementerio cerca de Elsenor, dos sepultureros cavan la tumba de Ofelia que será sepultada en tierra sagrada a pesar de susuicidio. De pronto llegan Hamlet y Horacio para hablar con ellos. Los sepultadores extrajeron varias calaveras de diferentes personas fallecidas, en este momento se hace visible la presencia del tópico Ubi Sunt, porque Hamlet al ver una de la calaveras, dice lo siguiente:

Aquella calavera tendría lengua en otro tiempo, y con ella podría también cantar...

Vemos así la fugacidad del ser humano, cómo en otro tiempo somos una flor y con el paso del tiempo esa flor se marchitará, y ya no quedarán nada más que sus restos.

En otro momento, Hamlet pregunta acerca del propietario de una de las tumbas y descubre que pertenece al bufón de la corte, Yorick, al que había conocido desde su infancia y del que solo queda su esqueleto, lo que le lleva a reflexionar sobre cómo, a pesar de toda la grandeza a la que aspira el hombre al final se convertirá en un efímero polvo y después en nada.

¡Ay! ¡Pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio..., era un hombre sumamente gracioso de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me llevó mil veces sobre sus hombros... y ahora su vista me llena de horror; y oprimido el pecho palpita... Aquí estuvieron aquellos labios donde yo di besos sin número. ¿Qué se hicieron tus burlas, tus brincos, tus cantares y aquellos chistes repentinos que de ordinario animaban la mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya enteramente de músculos, ni aún puedes reírte de tu propia deformidad... Ve al tocador de alguna de nuestras damas y dile, para excitar su risa, que porque se ponga una pulgada de afeite en el rostro; al fin habrá de experimentar esta misma transformación...

CARPE DIEM.

Persio (34-62 d.C).

En otras ocasiones, la reflexión sobre la fugacidad de la vida lleva a invitar al disfrute de ésta, como por ejemplo en el siguiente texto:

Se complaciente con tu gusto, disfrutemos de lo dulce

de la vida, me pertenece tu vida; te convertirás

en ceniza, fantasma y mero objeto de conversación;

vive acordándote de la muerte, el tiempo se escapa,

lo que digo ya es pasado.

En este texto, el tiempo se escapa, en una referencia a que el presente no existe, todo lo que pasa ahora se convierte inmediatamente en pasado. Esto se asocia con el empuje a disfrutar de la vida lo máximo que se pueda, el conocido tópico del Carpe diem.

Garcilaso de la Vega (1501-1536).

[…]

Coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera

por no hacer mudanza en su costumbre.

El Carpe diem se percibe mucho mejor en el segundo texto, donde Garcilaso aconseja gozar de la belleza que nos otorga la juventud antes de que la vejez, y posteriormente la muerte, la hagan desaparecer. Este disfrute se presenta como nuestra única respuesta ante el avance imparable del tiempo, en un momento, el Renacimiento, en el que se pone en valor la figura del hombre.

Bernardo Tasso (1493-1569).

[…]

Mientras que el cielo os abre puro el día,

coged, oh jovencitas, la flor vaga

de vuestros dulces años y, amorosas,

tened siempre un alegre y buen semblante.

Vendrá el invierno, que, de blanca nieve,

suele vestir alturas, cubrir rosas

y a las lluvias tornar arduas y tristes.

Coged, tontas, la flor, ¡ay, estad prestas!:

fugaces son las horas, breve el tiempo

y a su fin corren rápidas las cosas.

En este poema, Tasso anima a las chicas a disfrutar de su juventud mientras esté viva y sea algo hermoso, por lo que debemos aprovecharla, con alegría, porque con la tristeza perdemos más el tiempo, y el invierno (metáfora que también encontrábamos en Garcilaso) llegará muy rápido, tapará las rosas y la muerte arrasará con todo.

Ausonio (310-395 d.C).

También era muy común que se relacionara el Carpe diem con la virginidad de la mujer. Los escritores alentaban a las mujeres a no renunciar al placer, por convenciones morales ya que la vida era demasiado corta como para esperar.

Lamentamos, Naturaleza, que sea efímera la belleza

de las flores.

Les arrebatas rápidamente las gracias mostradas a los

ojos.

Apenas tan larga como un solo día es la vida de las

rosas;

la vejez inminente las agobia aún jóvenes.

Tan pronto llegan a su plenitud, las empuja su propia

vejez. Se vio nacer una la Aurora rutilante,

a esa la caída de la tarde la contempla ya mustia. Mas no

importa: aunque inexorablemente deba la rosa rápida

morir, ella misma prolonga su vida con los nuevos brotes.

Coge las rosas, muchacha, mientras está fresca tu juventud,

pero no olvides que así se desliza también tu vida.

Las rosas era el símbolo más habitual para representar la virginidad y la juventud. Collige, virgo, rosas es el nombre que recibe el tópico que aquí se desarrolla, y en muchísimo más textos en los que se asocia la fugacidad de la vida, y la invitación a disfrutar de la vida, de la juventud y del placer, algo que advertimos de manera mucho más evidente en el siguiente autor.

Luis Alberto de Cuenca (1950-).

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.

Córtalas a destajo, desaforadamente,

sin pararte a pensar si son malas o buenas.

Que no quede ni una. Púlele los rosales que

encuentres a tu paso y deja las espinas

para tus compañeras de colegio. Disfruta de

la luz y del oro mientras puedas y rinde

tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico

que va por los jardines instilando veneno.

Goza labios y lengua, machácate de gusto

con quien se deje y no permitas que el otoño

te pille con la piel reseca y sin un hombre

(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.

Y que la negra muerte te quite lo bailado.

El simbolismo de la rosa, antes apuntado, se presenta de forma más directa en este poema, en el que el autor invita a la muchacha a gozar de su juventud al máximo, en unos versos muy sensuales.

Asclepíades de Samos (hacia 270 a.C).

Pero Luis Alberto de Cuenca no ha inventado nada, mucho antes que él ya se había insistido de forma clara en este motivo.

Celosamente guardas tu

virginidad, ¿y para qué? Pues

no al bajar al Hades hallarás

muchacha, quien te quiera.

Entre los vivos, los goces de

Afrodita; que en ultratumba,

doncella, yaceremos, huesos

y cenizas.

Este poeta griego incita a la chica a no guardar su virginidad y que aproveche mientras esté viva, ya que al llegar al Hades, lugar mitológico donde acaban los muertos, no encontrará a nadie que la quiera.

EL TIEMPO EN EL BARROCO.

Volviendo a las crisis existenciales y los sentimientos negativos que nos puede causar la fragilidad de la vida, el desengaño y las contradicciones que se asocian a él, el Barroco fue un movimiento en el que se concedió especial atención al tiempo y sus efectos. Muchos son los ejemplos pero nos vamos a detener en cuatro poemas que tienen una indudable relación.

Luis de Góngora (1561-1627).

En el Barroco, el carpe diem culmina en una destrucción absoluta que no admite discusión, como corresponde a un período de crisis tan profunda. El último verso de este soneto de Góngora no deja esperanza alguna y agrupa muchas de las metáforas que hemos encontrado previamente en una degradación demoledora.

Mientras por competir con tu cabello Oro bruñido al sol relumbra en vano, Mientras con menosprecio en medio el llano Mira tu blanca frente al lilio bello;

Mientras a cada labio, por cogello, Siguen más ojos que al clavel temprano, Y mientras triunfa con desdén lozano Del luciente cristal tu gentil cuello,

Goza cuello, cabello, labio y frente, Antes que lo que fue en tu edad dorada Oro, lilio, clavel, cristal luciente,

No sólo en plata o vïola troncada Se vuelva, más tú y ello juntamente En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

El amor que combate al tiempo: John Donne (1572-1631) y Francisco de Quevedo (1580-1645).

Pero todavía hay autores que encuentran una manera de burlar a la muerte a la que nos lleva el tiempo inevitable. Es lo que parecen decirnos John Donne y Quevedo, para los que el amor está por encima del tiempo y de sus consecuencias.

Aniversario

Todos los reyes, todos sus validos, todo honor y belleza, todo ingenio, el propio sol que mientras todo pasa va engendrando los días, ahora tienen un año más que cuando nos miramos por vez primera; todo lo demás camina hacia su ocaso, solamente nuestro amor no declina, ya que ignora el ayer y el mañana; aunque se mueve, no se aleja jamás de ti y de mí, está fijo en un día que es a un tiempo el primero y el último, el eterno.

[…]

John Donne.

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía:

nadar sabe mi alma el agua fría,

y perder el respeto a la ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrán sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

Francisco de Quevedo.

El vano intento de detener el tiempo: Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695).

Este que ves, engaño colorido,

que del arte ostentando los primores,

con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores,

y venciendo del tiempo los rigores

triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada,

es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

En este soneto, lo que Sor Juana quiere expresar es que los cuadros son un intento engañoso y fallido de parar el tiempo. La persona retratada en el cuadro, que es el engaño colorido, ya dejó de ser la figura que se captó en ese momento para convertirse en otra y otra hasta llegar, sucesivamente, al deterioro final a donde la conduce el paso del tiempo, que se expresa en el poema como es cadáver, es polvo, es sombra, es nada. El cuadro intenta parar el tiempo, pero es inútil, ya que todos terminamos igual. El último verso de la poetisa mejicana no admite contestación y nos recuerda indudablemente al de Góngora.

Y hablando de los cuadros, la obra de arte puede intentar burlar al tiempo si se contempla aislada de su conjunto pero también se puede convertir en la constatación de su avance si se revisa una serie de retratos de un mismo personaje. Uno de los pintores más representativos del Barroco fue Velázquez. En sus cuadros se podía ver reflejado muy bien el paso del tiempo aunque quizás de una forma diferente al que se encuentra en la literatura. Aquí tenemos una pequeña evolución de Felipe IV, rey para el que trabajó Velázquez en varios retratos suyos.


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