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La mitología en la pintura y la poesía del Renacimiento y el Barroco.

La mitología está presente en el Arte y la Literatura del Renacimiento y del Barroco continuamente, bien a través de obras que recrean los mitos clásicos de forma directa o bien en referencias más o menos veladas, que buscan analogías con los temas que se trataban. En las siguientes líneas, vamos a repasar algunos ejemplos de todo ello. Al final de la página, hacemos una relación de las fuentes de las que hemos recopilado toda la información.

RECREACIONES DIRECTAS DEL MITO.

Minerva y el Centauro, de Botticelli (1482).

El personaje general de los centauros es el de seres salvajes, sin leyes ni hospitalidad, esclavos de las pasiones animales. Dos excepciones a esta regla son Folo y Quirón, que expresaban su «buena» naturaleza, siendo centauros sabios y amables.

En este cuadro, se nos muestra la figura de Minerva - diosa de la sabiduría - vestida con un traje semitransparente adornado con tres anillos entrelazados que forman el escudo de los Médici; porta una alabarda y diversas ramas de olivo - símbolo de la paz - rodean su cabello y su cuerpo. Junto a ella vemos al centauro que gira su cabeza hacia la diosa con gesto de dolor, llevando en su mano derecha un arco y el carcaj en la espalda. La cornisa de un edificio cierra la composición por la izquierda mientras al fondo se aprecia un amplio paisaje marino y una supuesta valla formada por estacas puntiagudas. Al aparecer la diosa con la alabarda - arma empleada en exclusiva por los centinelas - y agarrar por el cabello al centauro, se puede deducir que nos encontramos ante una detención por lo que se sugiere que Botticelli ha representado el triunfo de la castidad sobre la lujuria.

Apolo y Dafne en Quevedo.

La serpiente Pitón, en la mitología griega, era un monstruo de cien cabezas y cien bocas que vomitaban fuego; era el terror de la campiña de Tesalia porque arrasaba a hombres y animales. Cuenta Ovidio que Apolo, orgulloso por haberle dado muerte, osó desafiar a Cupido, hijo de Venus y de Marte. Este, para castigar tal osadía, cogió dos flechas de su aljaba. Una tenía la punta de oro e infundía amor; la otra era de plomo e inspiraba desdén. Cupido dirigió la primera hacia Apolo, y disparó la segunda a Dafne, hija del río Peneo y de la Tierra. Una violenta pasión por la hermosa ninfa se apoderó entonces de Apolo. Sin embargo ella, herida por la flecha del desprecio, huyó rápidamente tratando de esconderse. Apolo corrió en busca de Dafne, pero ésta, al verse perdida, solicitó la ayuda de su padre. Tan pronto como cesaron sus gritos de socorro, una corteza a brotar de su piel, sus cabellos se transformaron en hojas verdes, los brazos en ramas, los pies se fijaron en el suelo y la ninfa quedó transformada en laurel. Apolo, no dispuesto aún a darse por vencido, abrazó el árbol y lo cubrió de ardientes besos, pero incluso las ramas retrocedían asustadas de sus labios. “Si no puedes ser mi amante”, juró el dios, “me serás consagrada eternamente. Tus hojas serán siempre verdes y con ellas me coronaré”. Desde entonces, el laurel es el símbolo de Apolo y con él se galardona a los vencedores, artistas y poetas.

Delante del Sol venía

Corriendo Dafne, doncella

De extremada gallardía,

Y en ir delante tan bella,

Nueva Aurora parecía.

Cansado más de cansalla

Que de cansarse a sí Febo,

A la amorosa batalla

Quiso dar principio nuevo,

Para mejor alcanzalla.

Mas viéndola tan cruel,

Dio mil gritos doloridos,

Contento el amante fiel

De que alcancen sus oídos

Las voces, ya que no él.

Mas envidioso de ver

Que han de gozar gloria nueva

Las palabras en su ser,

Con el viento que las lleva

Quiso parejas correr.

Pero su padre, celoso,

En su curso cristalino

Tras ella corrió furioso,

Y en medio de su camino

Los atajó sonoroso.

El Sol corre por seguilla,

Por huir corre la estrella;

Corre el llanto por no vella,

Corre el aire por oílla,

Y el río por socorrella.

Atrás los deja arrogante,

Y a su enamorado más,

Que ya, por llevar triunfante

Su honestidad adelante,

A todos los deja atrás.

Mas viendo su movimiento,

Dio las razones que canto,

Con dolor y sin aliento,

Primero al correr del llanto

Y luego al volar del viento:

«Di, ¿por qué mi dolor creces

Huyendo tanto de mí

En la muerte que me ofreces?

Si el Sol y luz aborreces,

Huye tú misma de ti.

»No corras más, Dafne fiera,

Que en verte huir furiosa

De mí, que alumbro la Esfera,

Si no fueras tan hermosa,

Por la noche te tuviera.

»Ojos que en esa beldad

Alumbráis con luces bellas

Su rostro y su crueldad,

Pues que Sois los dos estrellas,

Al Sol que os mira, mirad.

»¡En mi triste padecer

Y en mi encendido querer,

Dafne bella, no sé cómo

Con tantas flechas de plomo

Puedes tan veloz correr!

»Ya todo mi bien perdí;

Ya se acabaron mis bienes;

Pues hoy corriendo tras ti,

Aun mi corazón, que tienes,

Alas te da contra mí.»

A su oreja esta razón,

Y a sus vestidos su mano,

Y de Dafne la oración,

A Júpiter soberano

Llegaron a una sazón.

Sus plantas en sola una

De lauro se convirtieron;

Los dos brazos le crecieron,

Quejándose a la Fortuna

Con el ruido que hicieron.

Escondióse en la corteza

La nieve del pecho helado,

Y la flor de su belleza

Dejó en la flor un traslado

Que al lauro presta riqueza.

De la rubia cabellera

Que floreció tantos mayos,

Antes que se convirtiera,

Hebras tomó el Sol por rayos,

Con que hoy alumbra la esfera.

Con mil abrazos ardientes,

Ciñó el tronco el Sol, y luego,

Con las memorias presentes,

Los rayos de luz y fuego

Desató en amargas fuentes.

Con un honesto temblor,

Por rehusar sus abrazos,

Se quejó de su rigor,

Y aun quiso inclinar los brazos,

Por estorbarlos mejor.

El aire desenvolvía

Sus hojas, y no hallando

Las hebras que ver solía,

Tristemente murmurando

Entre las ramas corría.

El río, que esto miró,

Movido a piedad y llanto,

Con sus lágrimas creció,

Y a besar el pie llegó

Del árbol divino y santo.

Y viendo caso tan tierno,

Digno de renombre eterno,

La reservó en aquel llano,

De sus rayos el Verano,

Y de su hielo el Invierno.

A su oreja esta razón,

Y a sus vestidos su mano,

Y de Dafne la oración,

A Júpiter soberano

Llegaron a una sazón.

Sus plantas en sola una

De lauro se convirtieron;

Los dos brazos le crecieron,

Quejándose a la Fortuna

Con el ruido que hicieron.

Escondióse en la corteza

La nieve del pecho helado,

Y la flor de su belleza

Dejó en la flor un traslado

Que al lauro presta riqueza.

De la rubia cabellera

Que floreció tantos mayos,

Antes que se convirtiera,

Hebras tomó el Sol por rayos,

Con que hoy alumbra la esfera.

Con mil abrazos ardientes,

Ciñó el tronco el Sol, y luego,

Con las memorias presentes,

Los rayos de luz y fuego

Desató en amargas fuentes.

Con un honesto temblor,

Por rehusar sus abrazos,

Se quejó de su rigor,

Y aun quiso inclinar los brazos,

Por estorbarlos mejor.

El aire desenvolvía

Sus hojas, y no hallando

Las hebras que ver solía,

Tristemente murmurando

Entre las ramas corría.

El río, que esto miró,

Movido a piedad y llanto,

Con sus lágrimas creció,

Y a besar el pie llegó

Del árbol divino y santo.

Y viendo caso tan tierno,

Digno de renombre eterno,

La reservó en aquel llano,

De sus rayos el Verano,

Y de su hielo el Invierno.

En ocasiones el tono en el que se recrea el mito es abiertamente burlesco, como en este soneto del mismo autor.

A Apolo, siguiendo a Dafne.

Bermejazo Platero de las cumbres A cuya luz se espulga la canalla: La ninfa Dafne, que se afufa y calla, Si la quieres gozar, paga y no alumbres. Si quieres ahorrar de pesadumbres, Ojo del Cielo, trata de compralla: En confites gastó Marte la malla, Y la espada en pasteles y en azumbres. Volvióse en bolsa Júpiter severo, Levantóse las faldas la doncella Por recogerle en lluvia de dinero. Astucia fue de alguna Dueña Estrella, Que de Estrella sin Dueña no lo infiero: Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.

Este poema habla de que el dios está enamorado de la ninfa pero no le ofrece dinero, como sí hace Júpiter, por lo que Dafne lo prefiere. Es un poema ofensivo hacia la mujer ya que insinúa que son unas promiscuas e interesadas y se comportan como prostitutas.

Diana y Acteón/Diana y Calisto, de Tiziano (1556-59) y un soneto de Francisco de Quevedo.

Tiziano consideró estas dos obras trabajos que se debían colgar en la misma pared.

Estas dos piezas, crean un conjunto en el que la belleza femenina resulta la principal protagonista. Acteón era hijo de Autonoe y nieto de Cadmo, el fundador de Tebas. Agotado por la sed, durante una cacería, entró en una gruta donde manaba una fuente. Era esa la fuente predilecta de Diana y allí solía bañarse por lo que Acteón sorprendió a la diosa desnuda, en pleno baño. La irritación de la diosa fue tal que arrojó a la cara de Acteón unas gotas de agua que transformaron al joven en ciervo. Acteón salió corriendo de la cueva y sus propios perros le devoraron. Tiziano cambia la gruta donde se desarrollan los hechos por una construcción abovedada, corriendo el joven un cortinaje que le permite ver a Diana y sus ninfas desnudas. Un riachuelo separa al cazador, acompañado de un perro, del lugar donde están las mujeres desnudas, cuyo perrillo ladra ante la llegada de los desconocidos. Al igual que en el lienzo compañero, el maestro recurre a las posturas escorzadas para acentuar la tensión, bañando el escenario de luz dorada que resbala por todas las figuras, resaltando las calidades y los brillos de las telas. Tampoco renuncia a interpretar los gestos de los personajes, resaltando los rostros de la ninfa que se esconde tras el pilar o la que sujeta la cortina que Acteón echa hacia atrás. La mirada irritada de Diana y de sorpresa de la ninfa negra también es digna de mención.

Estábase la Efesia cazadora

Dando en aljófar el sudor al baño,

En la estación ardiente, cuando el año

Con los rayos del Sol el Perro dora.

De sí (como Narciso) se enamora;

(Vuelta pincel de su retrato extraño),

Cuando sus ninfas, viendo cerca el daño,

Hurtaron a Acteón a su señora.

Tierra le echaron todas por cegalle,

Sin advertir primero que era en vano,

Pues no pudo cegar con ver su talle.

Trocó en áspera frente el rostro humano,

Sus perros intentaron de matalle,

Mas sus deseos ganaron por la mano.

Francisco de Quevedo.

Venus y Adonis, de Rubens (1630).

En este cuadro se narra la historia de Adonis. Venus y Perséfone se prendaron de su belleza y tuvo que ser Zeus quien zanjara la cuestión, decidiendo que Adonis viviera un tercio del año con Afrodita, el otro con Perséfone y el tercero donde quisiera. Sin embargo, los dos tercios del año los pasaba Adonis en compañía de Afrodita. Por razones desconocidas, Artemisia montó en cólera contra el joven muchacho y durante una cacería envió contra él un jabalí, que lo hirió mortalmente. (Otras versiones dicen que fue Ares el que se transformó en jabalí por un ataque de Celos) De esta manera, Perséfone, diosa de los Infiernos, disfrutaría en exclusiva del joven.En la pintura observamos cómo la diosa sujeta al joven cazador para evitar su desgraciado final, al igual que Cupido, mientras Adonis, de espaldas, se gira para tranquilizar a su amada, resultando muy interesante el juego de miradas entre ambos personajes. Delante del cazador observamos una pareja de perros dispuesta a emprender la marcha.

Aquiles y las hijas de Licomedes, de Nicolas Poussin (1650).

De este mismo cuadro, Poussin tiene otra versión pintada en el mismo año: 1656. Esta, fue concretamente realizada para el duque de Créqui.

En esta pintura, Poussin narra un pasaje tomado de Pausanias y Plinio. Aquiles era hijo de Peleo, rey de Pitia en Tesalia, descendiente de Júpiter, y de Tetis, hija de Océano. Un oráculo anunció a Tetis que su hijo habría de morir frente a los muros de Troya. Cuando comenzó la guerra, para evitar su marcha, Tetis trató de ocultar a Aquiles vistiéndolo de doncella y reenviándole a la corte de Licomedes, rey de Esciro, en donde vivió con las hijas del monarca durante nueve años. Allí la llamaban Pirra, por sus cabellos dorados, tal y como lo representa Poussin. Ulises, quien necesitaba a Aquiles para tomar Troya, se presentó en la corte de Licomedes vestido de mercader y ofreció sus mercancías a las muchachas. Entre los objetos femeninos, las telas y algunas joyas, había situado varias armas de gran valor. De este modo Ulises descubrió a Aquiles, pues se lanzó de inmediato a tomar una espada, a diferencia de las demás doncellas. A pesar de su dominio y equilibrio en la composición, la penetración psicológica de los "afectos" y lo vivo del colorido, la obra acusa demasiado su subordinación a la historia, por lo que introducirá modificaciones sustanciales en su segunda versión.

El tema es el mismo, que su ora versión, y la ejecución es similar, aunque presenta algunas diferencias. Aparte de algunos pequeños detalles, el más destacado es la mayor importancia concedida por el artista a la naturaleza, dominada por la gran montaña del centro de la composición. A la derecha aparece el templo de la Fortuna en Penestre (Palestrina), en cuyos mosaicos se inspira Poussin para dotar de veracidad arqueológica a obras como el Descanso en la huida a Egipto.

Las hilanderas o La fabula de Aracné, de Diego de Velázquez (1657).

En primer plano vemos cinco mujeres que preparan las lanas para la fabricación de tapices. Al fondo, detrás de ellas, aparecen otras cinco mujeres ricamente vestidas, sobre un tapiz. Esta última escena sería la que da título al cuadro ya que recoge la fábula en la que la joven Aracné, al presumir de tejer como las diosas, es retada por Atenea a la confección de un tapiz. El jurado dictaminó un empate pero Atenea castigó a Aracné convirtiéndola en araña para que tejiera durante toda su vida.

Hero y Leandro en un soneto de Quevedo.

Hero y Leandro, una historia de un amor oculto que trasgredió las barreras sociales, culturales y geográficas; un amor verdadero, profundo y apasionado que lo dio todo.

Según el mito griego, Hero era una sacerdotisa de Afrodita que vivía en una torre en Sestos, en el extremo del Helesponto. Leandro era un joven de Abidos en el otro lado del estrecho.

Cuando se celebró en Sestos un festival en honor de Adonis y Afrodita, al cual acudieron personas de muchas ciudades, Hero no abrigaba otros planes que no fuera sus deberes de sacerdotisa, pero en cuanto Leandro la vio, quedó prendado de su hermosura.

Hero también se dejó cautivar por él, pero le advirtió que sus padres no le permitirían casarse con un extranjero. Fue entonces que Leandro, vencido por su amor, le dijo: ”Por tu amor, cruzaría hasta las olas salvajes”.

Este profundo amor estaba destinado a la desgracia, puesto que una sacerdotisa solo debía dedicar su vida a la divinidad. Pero ellos no renunciaron fácilmente. Cada noche Leandro cruzaba el Helesponto nadando para estar con ella, y Hero debía encender una lámpara en lo alto de la torre para poder guiarle en la oscuridad. Este inestable arreglo duro lo que la estación estival. Al llegar el invierno, el mar cambio, pero el clima glacial no detuvo el amor de Leandro. Una noche, el cielo no tuvo piedad y arrebato las aguas con una tempestad, agitando el mar y apagando la lámpara de Hero. Perdido entre las furiosas olas, Leandro pereció ahogado. Cuando Hero hallo el cuerpo inerte en la orilla a la mañana siguiente, lo tomo desconsolada entre sus brazos y una enorme ola se los llevo a ambos, para perderlos juntos en la infinidad del horizonte.

Describe a Leandro fluctuante en el mar

Flota de cuantos rayos y centellas,

en puntas de oro, el ciego Amor derrama,

nada Leandro; y cuando el Ponto brama

con olas, tanto gime por vencellas.

Maligna luz multiplicó en estrellas

y grande incendio sigue pobre llama:

En la cuna de Venus, quien bien ama,

no debió recelarse de perdellas.

Vela y remeros es, nave sedienta;

mas no le aprovechó, pues, desatado,

notó los campos líquidos violenta.

Ni volver puede, ni pasar a nado;

si llora, crece el mar y la tormenta:

que hasta poder llorar le fue vedado.

El mito nos recuerda que un amor que no arriesga nada, no vale nada y que este sentimiento es tan poderoso y puede ser tan destructivo como un mar tempentuoso.

Tántalo como símbolo del amor insatisfecho para Quevedo.

Tántalo era un hijo de Zeus y de Pluto. En una ocasión Zeus lo invitó a la mesa de los dioses en el Olimpo. Jactándose de ello entre los mortales, fue revelando los secretos que había oído en la mesa y, no contento con eso, robó algo de néctar y ambrosía y lo repartió entre sus amigos. Tántalo quiso corresponder a los dioses y les invitó a un banquete que organizó en el monte Sípilo. Cuando la comida empezó a escasear, decidió ofrecer a su hijo Pélope. Descuartizó al muchacho, coció sus miembros y los sirvió a los invitados. Los dioses, que habían sido advertidos, evitaron tocar la ofrenda. Sólo Deméter, trastocada por la reciente pérdida de su hija Perséfone, se comió el hombro izquierdo del desdichado. Por ello, cuando murió, Tántalo fue eternamente torturado en el Tártaro. siendo castigado a estar en un lago con el agua a la altura de la barbilla, bajo un árbol de ramas bajas repletas de frutas. Cada vez que Tántalo, desesperado por el hambre o la sed, intenta tomar una fruta o sorber algo de agua, éstos se retiran inmediatamente de su alcance.

Dichoso puedes, Tántalo, llamarte,

tú, que, en los reinos vanos, cada día,

delgada sombra, desangrada y fría,

ves, de tu misma sed, martirizarte.

Bien puedes en tus penas alegrarte

(si es capaz aquel pueblo de alegría),

pues que tiene (hallarás) la pena mía

del reino de la noche mayor parte.

Que si a tí de la sed el mal eterno

te atormenta, y mirando l'agua helada,

te huye, si la llama tu suspiro;

yo, ausente, venzo en penas al infierno;

pues tú tocas y ves la prenda amada;

yo, ardiendo, ni la toco ni la miro.

Como Tántalo, el poeta se siente castigado a sufrir una pena mayor, puesto que Tántalo gozaba de la presencia de aquello que deseaba, al contrario de nuestro enamorado, que ni siquiera puede contemplar ni tocar a su amada.

REFERENCIAS MITOLÓGICAS INDIRECTAS.

El paso de la Laguna Estigia, de Joachim Patinir (1520-24) y el amor más allá de ella en Quevedo.

El río representa la laguna Estigia, que en la mitología griega separaba el mundo de los vivos del de los muertos. En el centro vemos al barquero Caronte, quien, previo pago de una moneda, transportaba las almas de los muertos de una orilla a otra. La figurilla desnuda que lleva en su barca es un alma humana.

Caronte está justo en el punto en que el río se bifurca en dos canales. El de la izquierda, más rocoso y difícil, lleva al paraíso cristiano, el de la derecha es más tentador pero lleva directo al infierno, donde las almas son torturadas para toda la eternidad. Junto a la puerta de la muralla espera agazapado el Can Cerbero, el perro de tres cabezas que vigilaba el Hades.

El mensaje es claro: el camino al infierno es corto, fácil y atractivo, mientras que el del cielo es largo y complicado.

Por su parte, la referencia indirecta a la Estigia, despojada del anterior carácter moralizante, la encontramos en este famoso y bellísimo soneto de Quevedo, en el que defiende la inmortalidad del amor, triunfante sobre la muerte.

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra, que me llevaré el blanco día;

y podrá desatar esta alma mía

hora, a su afán ansioso linsojera;

mas no de esotra parte en la ribera

dejará la memoria en donde ardía;

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa:

Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrán sentido.

Polvo serán, mas polvo enamorado.

La Soledad I de Góngora, monumento a la cita mitológica.

Una de las muchas dificultades para el lector actual de la poesía gongorina es el constante recurso a la cita mitológica, muchas veces de difícil comprensión. Vamos a repasar algunas de ellas en la Soledad I.

Europa, Ganímedes y Arión.

Era del año la estación florida

en que el mentido robador de Europa,

media Luna las armas de su frente

y el Sol todo los rayos de su pelo,

luciente honor del cielo

en campos de zafiro pace estrellas,

cuando el que ministrar podia la copa

a Zeus mejor que el garzón de Ida,

náufrago y desdeñado, sobre ausente,

lagrimosas de amor dulces querellas

da al mar, que condolido,

fue a las ondas, fue al viento

el mísero gemido

segundo de Arión dulce instrumento.

Zeus raptó a Europa disfrazado de toro. Para recordar su "hazaña" dejó en el cielo la imagen de un toro, la constelación de Tauro. Es a esta constelación a la que Góngora llama "el mentido robador de Europa", es decir, el falso toro que raptó a Europa.

El garzón de Ida es Ganimedes, un joven al que Zeus raptó cautivado por su belleza para que fuera su copero en el Olimpo.

Arión era un músico de la antigüedad. Sus parientes quisieron apropiarse de su fortuna y pagaron a unos marineros para que durante un viaje en barco lo arrojaran al agua. Cuando se vio perdido, Arión pidió permiso para tocar su lira y cantar por última vez antes de morir. Su canto atrajo a los delfines y, cuando Arión saltó al agua, uno de ellos lo llevó a tierra sano y salvo.

Lo que entendemos por tanto de los versos de Góngora es esto: era la estación florida (la primavera) en la que el Sol está en la constelación de Tauro (del 21 de abril al 20 de mayo). El joven náufrago era más hermoso que Ganimedes, por lo que si Júpiter lo hubiera conocido lo habría preferido como copero. A la desgracia del naufragio el joven añade el haber sido desdeñado por su amada y el estar lejos de ella. Se queja al mar de sus desdichas y su gemido es tan conmovedor que tiene sobre el mar y sobre el viento el mismo efecto que la lira de Arión tuvo sobre los delfines.

Eco y Narciso.

Una ninfa llamado Eco, se enamoró de Narciso y aprovechaba cada vez que Zeus estaba haciendo el amor con alguna ninfa, para escaparse y permanecer hablando con él. Con su gran ego y arrogancia, Narciso rechazó a la ninfa, y ella enloqueció. Sus huesos se volvieron piedra y se marchitó, solo su voz seguía igual. Había también muchas mujeres que había rechazado, una de las cuales quería enseñarle el sufrimiento del amor no correspondido.

Un día, mientras descansaba frente a un lago cristalino, Narciso vio su propio rostro en el agua y se enamoró de el mismo. Al no poder conseguir su "nuevo amor", pues cada vez que se acercaba al agua, desaparecía, enloqueció de desamor. Dejó de comer y beber, y al poco tiempo murió. Incluso en el reino de los muertos continuó hechizado por su propio rostro, viendo su imagen en los lagos negros.

[...] No en ti la ambición mora

hidrópica de viento,

ni la que su alimento

el áspid es gitano;

no la que, en vulto comenzando humano,

acaba en mortal fiera,

esfinge bachillera,

que hace hoy a Narciso

ecos solicitar, desdeñar fuentes [...]

Luis de Góngora, Soledad I.

Pales y Flora.

Pales o Palas era una deidad romana que presidía la salud y fertilidad de todos los animales domésticos, especialmente los carneros. Protectora de los rebaños, por extensión, también era la divinidad protectora de los pastores a la que estos encomendaban la salvaguardia de sus rebaños ante el ataque de los lobos.

Flora es considerada como la diosa de las flores y los jardines, representando el eterno renacer de la vegetación en primavera, es la potencia vegetativa que hace florecer los campos, las flores, los cereales… Elementos como la miel o las semillas de las diferentes especies vegetales son considerados como regalos que la diosa ha otorgado al ser humano.

«¡Oh bienaventurado albergue a cualquier hora, templo de Pales, alquería de Flora! No moderno artificio borró designios, bosquejó modelos, al cóncavo ajustando de los cielos el sublime edificio;

Luis de Góngora, Soledad I.

Leda y el cisne, de Leonardo da Vinci y su cita en la Soledad I de Góngora.

La obra de Leonardo representaba uno de los amores de Zeus; el todo poderoso dios de los griegos quedó prendado de la belleza de la joven, por lo que se transformó en cisne para yacer con la hermosa Leda, reina de Esparta. Del fruto de esa unión nacieron dos huevos hijos de Zeus, Helena y Pólux.)

[...]

«Rayos - les dice - ya que no de Leda trémulos hijos, sed de mi fortuna término luminoso.» Y recelando de invidïosa, bárbara arboleda

interposición, cuando de vientos no conjuración alguna, cual haciendo el villano la fragosa montaña fácil llano, atento sigue aquella,

aun a pesar de las tinieblas, bella, aun a pesar de las estrellas, clara piedra, indigna tïara, si tradición apócrifa no miente, de animal tenebroso, cuya frente

carro es brillante de nocturno día.

Luis de Góngora, Soledad I.

Sileno y las Amazonas.

El anciano Sileno formaba parte del séqui­to de Dioniso. Sileno, hijo de Pan o Hermes y de una ninfa, era una criatura corpulenta, pero con nariz muy pequeña y ancha. A veces se le representaba con cola u orejas de caballo, montando en un burro o sobre los hombros de un grupo de sáti­ros que le ayudan en una de sus habituales borracheras.

A pesar de su amor por la bebida, Sileno era una figura sabia que incluso podía predecir el futuro. Había sido tutor y maestro del joven Dioniso. En Frigia quedó separado del resto del séquito del dios del vino. Entonces unos campesinos frigios lo encontraron y lo llevaron ante el rey Midas, que lo acogió calurosamente, le ofreció su hospitalidad y puso a su dispo­sición su bodega. Después regresó con Dioniso que recompensó a Midas de una manera un tanto desafortunada para el propio soberano (ver Midas).

Sileno tuvo muchos hijos con diversas ninfas, aunque se trataba de un personaje de avanzada edad. Los silenos se parecían a su padre y tenían el comportamiento có­mico y sensual de los sátiros, apareciendo muy a menudo en las sátiras de los escritores griegos, esas farsas que cerraban la trilogía de tragedias serias.

Las Amazonas eran un pueblo de solo mujeres descendientes de Ares, dios de la guerra y de la ninfa Harmonía. Se ubicaban a veces al norte, otras en las llanuras del Cáucaso, y otras en las llanuras de la orilla izquierda del Danubio. En su gobierno no interviene ningún hombre, y como jefe tienen una reina. La presencia de los hombres era permitida siempre que desempeñaran trabajos de servidumbre. Para perpetuar la raza se unían con extranjeros, pero sólo conservaban a las niñas. Si nacían varones, se cuenta en algunas versiones, que los mutilaban dejándolos ciegos y cojos. Otras fuentes indican que los mataban. Por decreto, a todas las niñas les cortaban un seno, para facilitarles el uso del arco y el manejo de la lanza.

El Sileno buscaba de aquellas que la sierra dio Bacantes, ya que Ninfas las niega ser errantes el hombro sin aljaba, o si del Termodonte, émulo del arroyuelo desatado de aquel fragoso monte, escuadrón de Amazonas desarmado tremola en sus riberas pacíficas banderas.

Góngora, Soledad I.

Ícaro y Faetón en sonetos amorosos de Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora.

Ícaro era el hijo de Dédalo, el arquitecto del laberinto de Creta y el inventor de unas alas con las que el hombre podía volar. Sin hacer caso de los consejos de su padre, Ícaro se acercó demasiado al sol y el calor de éste derritió las alas, fabricadas de cera, por lo que cayó al mar y se ahogó.

Faetón murió de la misma manera, ahogado en un río después de perder el control del carro del sol sobre el que volaba para hacer alarde del poder de su padre Helios.

Si para refrenar este deseo

loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de un mal tan peligroso,

que es darme a entender yo lo que no creo.

No me aprovecha verme cual me veo,

o muy aventurado o muy medroso,

en tanta confusión que nunca oso

fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

de aquél que con las alas derretidas

cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura

llora entre aquellas plantas conocidas

apenas en el agua resfríado?

Garcilaso de la Vega.

El tema del soneto es el conflicto entre el deseo y la razón. El yo poético se debate entre la pasión de un amor y la razón en una situación confusa que busca un equilibrio, por lo que tanto Ícaro como Faetón expresan perfectamente los peligros del atrevimiento humano que acaba con su vida, como el amor parece ser peligroso para la voz poética.

Ya besando unas manos cristalinas,

ya anudándome a un blanco y liso cuello,

ya esparciendo por él aquel cabello

que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas

palabras dulces mil sin merecello,

ya cogiendo de cada labio bello

purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh claro Sol invidïoso

cuando tu luz, hiriéndome los ojos,

mató mi gloria, y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,

por que no den los tuyos más enojos,

rayos, como a tu hijo, te den muerte.

Luis de Gongora.

Lo que Góngora nos cuenta en este poema es que se ha hecho de día y los amantes tienen que separarse para no ser descubiertos. El Sol según el muchacho a sido el causante de su desdicha ante los celos que siente por estar con tal belleza, por lo que le desea todo lo peor, la muerte como la de su hijo Faetón.

Filomela y Medusa en un soneto de Góngora.

Procne y Filomela eran hijas de Pandión y Zeuxippe, reyes de Atenas.

El rey Pandión no gustaba mucho de ejercer como padre. Lo suyo era gobernar y a eso dedicaba la mayor parte de su tiempo. Durante el conflicto con Labdacos, rey de Tebas, por una cuestión de fronteras, Pandión pidió ayuda a Tereo para que mediara y gracias a eso logró salir airoso de la contienda. Tereo era hijo del dios Ares y gobernaba una nación vecina, Daulis. En agradecimiento a su ayuda, Pandión le concedió la mano de una de sus hijas, Procne.

El matrimonio se llevó a cabo y tuvieron un hijo, Itys. Pero la relación duró más bien poco. Tereo se aburrió rápidamente y fue entonces cuando decidió abandonar a su familia en la casa de campo donde vivían; un lugar aislado donde nadie podría saber que se encontraban.

De vuelta al palacio de Pandión, Tereo le dijo a Filomela, su cuñada, que su hermana Procne había muerto. No tardó en seducirla y convencerla para que se casara con él. La maldad de Tereo parecía no tener límites y lo primero que hizo una vez casado fue cortarle la lengua a su mujer.

Pero Filomela era una magnífica artesana y tejedora, y se dedicó a confeccionar una túnica donde bordó con caracteres su horrible historia con Tereo, para que algún día se supiera. En esto, Procne, ajena a los acontecimientos, decidió coger a su hijo Itys y salir en busca de su marido, pues ya llevaba mucho tiempo ausente. Al llegar a su destino, lo primero que encontró fue a su hermana y su horrible relato estampado en una túnica. Esto la hizo enloquecer y provoco los horribles acontecimientos que tuvieron lugar a continuación.

Procne fingió estar de acuerdo con todos los deleznables actos de su todavía marido, y lo invitó a cenar, prometiéndole unos manjares maravillosos. Luego, ella misma mató a su hijo Itys, lo cocinó y se lo sirvió a Tereo. Mientras éste devoraba la cena, ignorante de todo, Procne tomó a su hermana de la mano y huyeron juntas.

Cuando Tereo se dio cuenta de lo que había pasado, montó en cólera, cogió un hacha y emprendió la persecución contra las dos hermanas. Desesperadas al ver que no podían escapar y que Tereo las alcanzaba, rogaron a los dioses que las ayudaran. Estos se apiadaron de las dos mujeres y las convirtieron en pájaros: en ruiseñor a Procne y en golondrian a Filomela. En cuanto a Tereo, fue transformado en una abubilla.

La otra referencia mitológica del soneto es a Medusa, una Gorgona que tenía serpientes por cabellos y que petrificaba a quien la mirase, hasta que Perseo acabó con su vida.

Con diferencia tal, con gracia tanta

Aquel ruiseñor llora, que sospecho

Que tiene otros cien mil dentro del pecho

Que alternan su dolor por su garganta;

Y aun creo que el espíritu levanta

—Como en información de su derecho—

A escribir del cuñado el atroz hecho

En las hojas de aquella verde planta.

Ponga, pues, fin a las querellas que usa

Pues ni quejarse ni mudar estanza

Por pico ni por pluma se le veda,

Y llore sólo aquel que su Medusa

En piedra convirtió, por que no pueda

Ni publicar su mal ni hacer mudanza.

Filomela y Medusa sirven al poeta para buscar una analogía del dolor amoroso, por lo desdichado de la historia de la primera y el poder destructor de la segunda.

Píramo y Tisbe en una letrilla satírica de Góngora.

En la versión clásica, Píramo y Tisbe habían crecido juntos en la ciudad de Babilonia, en Mesopotamia, viviendo toda su vida en casas adyacentes. Su amor era co­nocido desde siempre por sus padres, que no les permitían casarse ni tener contacto. No obstante, un hueco en la pared les per­mitía comunicarse y decirse palabras de amor en secreto.

Una noche decidieron salir y encontrarse a escondidas junto a una morera, a las afueras de la ciudad. Tisbe fue la primera en salir, cubierta con un velo para pasar desapercibida. Pero mientras esperaba junto a la morera la llegada de Píramo, una leona sedienta se acercó con el hocico aún cubierto de sangre, después de haber de­vorado a un buey, para beber en un ma­nantial cercano. La joven huyó aterrada hasta una cueva cercana, pero perdió el velo. La leona se acercó y olió el velo, manchándolo con la sangre del buey. Poco después llegó Píramo y, descubrien­do las huellas de la leona junto al velo en­sangrentado, no pudo aguantar la deses­peración. Creyó que la sangre era de Tisbe que había sido devorada y se clavó su pro­pia espada junto a la morera, inundando el suelo y las raíces con su sangre y haciendo que los frutos blancos se volviesen rojos desde entonces.

Poco después apareció Tisbe y, al encontrar el cuerpo de su amado junto al velo, supo de inmediato lo que había ocurrido. Descorazonada, se clavó la espada de Píramo mientras pedía descansar eter­namente junto a su amado y que el fruto se volviese negro en su memoria. Los dioses escucharon su último deseo y se lo concedieron. Los padres de Píramo y Tisbe que­maron sus restos en la misma urna.

Ándeme yo caliente

Y ríase la gente. Traten otros del gobierno Del mundo y sus monarquías, Mientras gobiernan mis días Mantequillas y pan tierno, Y las mañanas de invierno Naranjada y aguardiente, Y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla El príncipe mil cuidados, Cómo píldoras dorados; Que yo en mi pobre mesilla Quiero más una morcilla Que en el asador reviente, Y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas De blanca nieve el enero, Tenga yo lleno el brasero De bellotas y castañas, Y quien las dulces patrañas Del Rey que rabió me cuente, Y ríase la gente.

Busque muy en hora buena El mercader nuevos soles; Yo conchas y caracoles Entre la menuda arena, Escuchando a Filomena Sobre el chopo de la fuente, Y ríase la gente.

Pase a media noche el mar,

Del golfo de mi lagar Que yo más quiero pasar Leandro por ver a su Dama; Y arda en amorosa llama

La blanca o roja corriente, Y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel, Que de Píramo y su amada Hace tálamo una espada, Do se junten ella y él, Sea mi Tisbe un pastel, Y la espada sea mi diente, Y ríase la gente.

El poeta se conforma con tener mantequilla y pan caliente expresando que la comida es lo más maravilloso de este mundo. Con relación al mito, manifiesta que ama tanto la comida como se amaban Tisibe y Pirasmo, deformando grotescamente el final de su historia.

Estas son las páginas que hemos utilizado para documentar el trabajo:

Poesía.

Pintura.


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